El Programa comprende una metodología denominada psicoeducativa con técnica de asistencia animal. La mascota desempeña un papel fundamental en la apertura del niño hacia nuevas actividades, funcionando como un poderoso estímulo.
La zooterapia es, de esta manera, una técnica que se basa en la estimulación para favorecer tanto el diagnóstico correcto como el aprendizaje y la adaptación de estos niños con capacidades diferentes. El estímulo está dado por animales, en su mayoría perros, pero también se ha experimentado con gatos, caballos, delfines, etc.
El animal se siente gratificado con el juego: es su propio estímulo para colaborar en la terapia. La gran utilidad de estos animales en las terapias es que logran lo que muchas veces ni la familia ni los profesionales pueden hacer: romper un tipo de esquema fijo de comportamiento, muy cerrado, que no les sirve para comunicarse con los demás, sino para recluirse en su propio mundo, como en el caso del autismo. De esta manera, el animal logra despertar el interés del niño y relacionarse con él, lo cual significa muchas veces un primer e importantísimo contacto. Roto el esquema, podrá empezar a incorporar otras conductas a través de la escuela y la familia.
Habitualmente se trata de lograr que el animal sirva de nexo entre el niño y su terapeuta. Al comenzar a jugar con una pelota, por ejemplo, un perro logra que el niño incorpore en su esquema al psicólogo que no ha logrado ingresar por otros medios. Por su parte, el animal se siente gratificado con el juego, y es su propio estímulo para colaborar en la terapia.
Problemas y soluciones
Los animales adaptan su conducta a las respuestas del niño, y esto sirve al terapeuta a reconocer un patrón, ayudando al diagnóstico.
Una de las patologías que puede ser abordada mediante este tipo de terapia es el autismo. Éste es un trastorno generalizado del desarrollo y se caracteriza por problemas en la comunicación social y el contacto con el mundo externo. Actualmente se lo considera una patología de origen genético, y sus síntomas aparecen alrededor del año y medio, cuando empieza el período de socialización. El niño está "encarcelado" por una alteración tanto sensorial como perceptiva, que le impide recibir los estímulos externos. A menudo no dispone del lenguaje para comunicarse. Está aislados y le cuesta mucho adaptarse a cosas nuevas. Son pequeños con conductas estereotipadas y rutinarias, y esas conductas fijas son particulares en cada uno.
Los animales también presentan un esquema fijo de comportamiento, y esto sirve al terapeuta a reconocer el patrón del niño, ayudando al diagnóstico. La conducta del animal se adaptará a la respuesta del niño, y no será la misma para un pequeño con un trastorno severo, que lo hace rechazar el contacto, que con otro con retraso mental que disfruta del contacto corporal.
Herramientas
La interacción del animal con el niño permite a los terapeutas diferentes recursos, de los cuales no disponen cuando no existe ese estímulo. Al filmar la sesión terapéutica, de la cual se participa como observador, se tendrá un material de estudio muy valioso. Se podrá reproducir la secuencia y volver a observar, seleccionando un tramo y analizando la interacción. Esto permitirá estudiar los movimientos cuadro por cuadro y llegar a la llave que abrirá la puerta de futuros estímulos. De esta manera, un diagnóstico que antes demandaba dos meses, podrá resolverse en un solo encuentro con la asistencia del animal. Éste seguirá participando durante el resto de las sesiones del tratamiento, y actuará como un estímulo terapéutico.
La mayoría de los terapeutas que usan animales prefieren los perros por una serie de ventajas. Necesitan poco espacio para moverse, son inteligentes y muestran afecto, les gusta jugar y buscan la compañía humana. Se los puede educar fácilmente, pero no deben perder la naturalidad dentro de su esquema de comportamiento.
Al comenzar a jugar con una pelota, por ejemplo, un perro logra que el niño incorpore en su esquema al psicólogo.
En general, un tratamiento se extiende entre seis meses y un año. Luego de ese tiempo, los controles pueden extenderse hasta una vez por mes, pero el tratamiento no se da por concluido. Al llegar a la adolescencia, estos niños experimentarán cambios y habrá que reajustar ya sea la terapia educativa, la medicación, o ambas.
Un programa psicoeducativo también incluye a los padres, con quienes se trabaja sobre cómo van a estimular al niño en el hogar. En algunos casos necesitan terapéutica familiar, que se les proporciona paralelamente.
Este artículo se realizó en base a la experiencia de dos Licenciados en Psicología: Amelia Lorena, especializada en trastornos del desarrollo, y José Pose, especializado en familia y drogodependencia. Ellos desarrollaron este tipo de trabajo durante una década en el Hospital General de Niños "Pedro de Elizalde" de Buenos Aires, Argentina.
(National Autism Association)
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